El sistema financiero ecuatoriano, sin duda, ha sido un pilar fundamental para el crecimiento y la estabilidad macroeconómica del país, sin embargo, ha enfrentado importantes transformaciones en las últimas décadas que se derivan en diversos desafíos: económicos, sociales, ambientales, tecnológicos, entre otros; los cuales, en el contexto actual, se vuelven más complejos y requieren de atención urgente.
La economía ecuatoriana está enfrentando un entorno desafiante, caracterizado por un bajo crecimiento económico, altos niveles de desempleo e inseguridad. La reducción de los ingresos petroleros, la caída en las ventas y la producción, la dependencia de remesas y la falta de inversión extranjera, sumado a la crisis energética que vive el país, han limitado su capacidad para generar un crecimiento sostenido. Estos factores impactan directamente al sistema financiero, el cual refleja el comportamiento de los actores económicos del país, evidenciándose así, una disminución de la demanda de créditos y un aumento sostenido de la cartera improductiva.
Es fundamental considerar que el sistema financiero ya se vio afectado por la crisis generada por la pandemia del COVID-19, que tuvo un impacto severo en toda la economía nacional; y, aunque se observó un incremento de las actividades productivas posterior a la misma, el proceso de recuperación es lento y desigual, pues no se evidencia una mejora sostenida en la producción ni en los niveles de empleo adecuado, lo cual ha venido afectando de forma continua a la liquidez de los hogares, principalmente en los segmentos más vulnerables de la población, incrementando así el nivel de la deuda y con ello la morosidad en los pagos de la misma.
Hoy, las entidades financieras se enfrentan a un gran desafío, que es encontrar un equilibrio entre colocar créditos a las micro, pequeñas y medianas empresas que son el motor de la economía, y que cada vez demandan menos operaciones; y a la vez, mitigar los riesgos asociados a un eventual incumplimiento de los mismos.
Esto, acompañado de los altos costos de colocación, debido al aumento de las tasas de interés pasivas y de la morosidad de la cartera de crédito, sin que puedan incrementar las tasas de interés activas, afectando de esta forma a la generación de excedentes y, por tanto, a la reinversión de éstos en crédito para los sectores que lo requieren.
Para ello, es fundamental que las entidades financieras segmenten su cartera de crédito según el nivel de riesgo y enfoquen sus esfuerzos de cobranza en los casos con mayores posibilidades de recuperación, analizando individualmente a sus clientes. Es preciso también, fortalecer los procesos de crédito e incorporar herramientas tecnológicas de análisis de datos que les permita analizar mejor la capacidad de pago de sus clientes. Además, es necesario invertir en verdaderos programas de educación financiera que ayuden a socios y clientes a administrar mejor sus deudas y evitar el sobreendeudamiento.
Por otro lado, el aumento de actores en el mercado y la adopción de nuevas tecnologías, ha hecho que la innovación en el sistema financiero se vuelva una necesidad urgente para responder a las demandas del entorno cambiante y atender las necesidades de los clientes. Sin embargo, invertir en innovación en un contexto donde las entidades financieras enfrentan restricciones económicas requiere un enfoque estratégico, priorizando iniciativas de alto impacto y bajo costo, centrándose en proyectos que generen ahorros operativos y que preparen a la institución para competir en el futuro, priorizando la eficiencia y la escalabilidad.
El sistema financiero ecuatoriano debe adaptarse a este entorno adverso, buscando soluciones que impulsen el crecimiento económico de la población, privilegiando la liquidez y facilitando el acceso a financiamiento para sectores productivos clave. Todo este contexto, sin dejar de lado la innovación, pues los aspectos tecnológicos, sin duda son necesarios para implementar productos, servicios y soluciones que estén adaptados a las necesidades de los usuarios financieros.
Por último, debemos considerar que los desafíos actuales demandan políticas públicas efectivas, y una mayor cooperación entre el sector financiero privado, el gobierno y las entidades de regulación y control, sin duda, se requiere urgente la adopción de estrategias innovadoras que permitan fortalecer la estabilidad de la economía y la sostenibilidad del sistema financiero. Solo así, el país podrá garantizar un desarrollo económico inclusivo y resiliente en los próximos años.
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